miércoles, 7 de mayo de 2008

A propósito de la Ética Democrática


Que uno no debe despachar a los “grandes pensadores” de un plumazo es una verdad de Perogrullo, quienes han influido, para bien o para mal, sobre el mundo de las ideas, parecen permanentemente tener cosas que decirnos. Siendo esto así, no parece sensato el darnos el lujo de leerlos de manera aséptica, como si sus ideas no tuvieran consecuencias prácticas, como si sus ideas se situaran en un mundo paralelo desde el cual pueden ser idealizadas. Las cosas no parecen ser tan simples, quienes escriben con pretensión de universalidad deben ser estudiados y criticados no solo desde su tiempo particular, sino, con mucha más razón, desde nuestro propio tiempo; sino sus ideas serian simplemente “piezas de museo” quizás dignas de ser admiradas, algunas de ellas, pero sin utilidad práctica.
Creo que en el momento que vive América Latina esta reflexión es pertinente, particularmente en el caso de Rousseau. Las ideas de este “paladín de la Libertad” lo han convertido en uno de los precursores del totalitarismo. Después de todo, ¿cómo es que la Voluntad General puede obligarnos a ser libres?, ¿cómo es que la voz del pueblo es la voz de Dios?. El hombre ciertamente es un ser que vive en comunidades, cosa que le permite sobrevivir y garantizarse un cierto bienestar, pero, ¿acaso no es el hombre de igual manera un ser individual, con intereses y deseos particulares?. Quizás uno de los logros fundamentales de occidente durante los últimos trescientos años sea, precisamente, el de ir definiendo garantías para los espacios privados de los individuos y para asociaciones particulares a las cuales éstos se incorporan en función de sus intereses comunes.
Ya no se trata solamente, entonces, de las dificultades implícitas en un proceso de toma de decisiones que se fundamente en la participación constante y permanente de los individuos, sino que se trata de las dificultades que supone la construcción de una fundamentación ética para la acción individual que este fuera del individuo mismo. Que se sitúe en el plano ideal de la Voluntad General, entendida como una Voluntad Moral que nunca se equivoca y que permite una actuación basada en una especie de “verdad develada” a los Justos. Una verdad que se absolutiza y que no acepta ser discutida bajo el argumento de que un simple individuo no tienen capacidad moral para cuestionar los presupuestos de una Voluntad que se considera universalizada.
Esta situación, como vemos, es tremendamente problemática y complicada, en la medida en que implica el desdibujamiento del sujeto, de quien se supone que debe integrarse, como las hormigas de un hormiguero, a una Voluntad Superior, que se supone permitiría la construcción del “Bien Común”, pero que al mismo tiempo, supone el riesgo de suprimir la voluntad individual y más aún la existencia autónoma del sujeto. En cierto sentido, bien valdría la pena preguntarse cual es el rango de Libertad del que disfrutan los entes colectivos y si es posible que los individuos sean felices si sus deseos y preferencias no son considerados en los procesos de construcción de los ‘espacios públicos’.
Si la Política implica la libre discusión de las ideas, entre individuos que entendemos como libres e iguales, entonces, no existe la posibilidad de garantizar la existencia de intercambios discursivos si desde mi posición como individuo me enfrento a ideas absolutas como la Revolución, la Verdad, el Bien, etc. En este plano la discusión adquiere un sesgo radical que lleva a la confrontación del Bien en contra del Mal, de la oscuridad contra la luz, de los amigos en contra de los enemigos, etc. Esto deriva, -es casi evidente, en la imposibilidad de discutir nuestras diferencias y construir visiones compartidas acerca de la realidad sobre la base del pluralismo y la tolerancia, y más bien parece favorecer la confrontación abierta entre sectores que tienen diferentes visiones del mundo.
De acuerdo con Gauthier, la moral colectiva, se construye en base a procesos de negociación intersubjetivos que permite la confluencia de los intereses de diversos individuos y de éstos agrupados en organizaciones. Los individuos -muy débiles para garantizar la satisfacción de sus intereses y deseos- se unen a “grupos e interés” que les permiten, mediante la asociación, influir de manera más directa sobre los procesos decisionales y definir espacios para la construcción de la política mediante el intercambio y la negociación y, uno espera, la distribución de la justicia y la construcción de estrategias de acción que se fundamenten en la idea de la razonabilidad Rawlsiana.
Quizás Rousseau nos dio una lección de ética democrática cuando propone que las decisiones se tomen no en función de los intereses de grupos particulares, sino en función de los intereses de la Nación, pero se equivoca al no considerar que los individuos tienden a asociarse para la obtención de sus intereses y para su protección y que es, a fin de cuentas, mediante la agregación y la aceptación de las diferencias como podemos verdaderamente construir sociedades democráticas pluralistas y funcionales.

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